jueves, 9 de noviembre de 2006

Nos mirais, y nos gusta que lo hagais. Os miramos, y nos gusta lo que haceis. Nos gusta vivir.

Para todos a los que se os ha ocurrido parsaros por aquí o que habéis llegado de rebote, os dejo con la primera entrada del blog de unos amigos que personalmente me cambio. Disfrutadla. Aquí hay poesia; aquí hay sentimientos; aquí hay amor......

La primera vez
Lo primero fue la tristeza. Cuando Álvaro me propuso ir por primera vez a Talismán, creo el sentimiento mas fuerte que tuve fue tristeza. Porque sentí que algo no iba bien, como cuando empiezas a notar un ruido extraño en el coche, o se te desencaja un poco la puerta de un armario, o te das cuenta de lo sucias que están las cortinas, las mismas que te encantaron por el color tan bonito que tenían. Aunque no pensé que él estuviera cansado de mí, si que quería algo diferente, probablemente estar con otra mujer y que además yo pudiera estar con otro hombre, cosa que yo no quería hacer. No quiero ser un cromo intercambiable por otro, aunque sea el más valioso. Quiero ser toda la colección.

Es complicado escribir sobre primeras veces. Y más si eso implica otra primera vez, como en este caso, al iniciar este blog. Hacia tiempo que me apetecía visitar un local “liberal”, “de intercambio”, o como quieran llamarse. Y no lo quería hacer por intercambiar nada, salvo opiniones, sino por pura (y he de reconocer que morbosa) curiosidad. Pero una cosa es el pensamiento, y otra muy distinta explicárselo a tu pareja. La respuesta de Alba, cuando se lo plantee en serio (quiero decir fuera de conversaciones más o menos “divertidas”) fue decirme que estaba claro que ambos queríamos acostarnos con otras personas. Y yo no quería eso. Ni acostarme yo, ni que ella se acostase con nadie (y con “acostarse”, me refiero a follar, por si no se entiende). No, yo quería mirar. Mirar como era la gente, que hacían, como se movían… Y quería hacerlo con ella, compartirlo con la mujer con la que comparto tantas cosas.

La noche del día D fuimos a cenar. No comí demasiado, quizás porque mi estómago ya estaba bastante lleno con los nervios. Compartimos mantel y palabras. Me explico que él tan sólo tenía curiosidad. Que, a pesar de lo que pudiera parecerme, no tenía ninguna idea previa de lo que podía encontrar allí. Álvaro parecía tener muy claro que no teníamos que hacer nada que no quisiéramos hacer. La verdad es que la idea de mirar y, porque no, que nos mirasen, si que me producía cierta curiosidad. Así que decidimos ir, sin que la decisión me quitase ni un poquito del terrible miedo que sentía.

Aquel día fue muy, muy completo. Era miércoles santo. Sus hijos, que viven con nosotros, estaban con su padre hasta el lunes. Yo acababa de dejar al mío con su madre. Unas copas de cerveza, en una terraza, con un día espléndido de abril. Y hablamos. Y hablamos. Yo creo que me enamoro de ella cada vez que estamos solos, sus labios… Hicimos el amor nada más entrar en casa. Enterré mis caricias y mis labios en su sexo, entregándole de nuevo lo que sólo ella puede tener. Recorrí sus pechos, sus caderas y mi sexo entró en ella para culminar una tarde… completa. Y luego… nervios. Nervios y miedo. Nervios, porque una cosa es la curiosidad, y otra la prudencia. Miedo, porque no quería hacerla daño de ninguna manera, por acción u omisión, y no sabia que podía pasar allí. Y nos fuimos a cenar, y seguimos hablando, y nos encontramos a otro lado de la cera de una puerta negra, riéndonos como críos y muertos de vergüenza, para ver si veíamos entrar a alguien, y si tenían cuernos, rabo o eran rojos. Vimos entrar a dos parejas, y parecía que nos las podíamos haber encontrado en cualquier sitio.

Fuimos y nos pasamos 10 minutos en la puerta, los cuatro, él y yo y vergüenza y miedo (no tenia ni idea de lo que iba a encontrar allí dentro). Nos decidimos a entrar y me encontré en un local donde la gente se tomaba sus copas con total normalidad, y donde desde luego, la gente no estaba haciendo el amor desnudos por las mesas.

Así que entramos. Una barra. Un camarero. Parejas. Hasta aquí, todo normal. Como en cualquier bar o pub. La primera diferencia llegó cuando una pareja subió hasta la barra con solo unas toallas tapándolos. Eso era novedoso. Más risas, menos nervios. Damos una vuelta por el local. Espacioso. Un jacuzzi (agua, claro…) amplio en la planta de abajo, una planta intermedia con la barra y otra habitación, con unas cuantas mesas , una planta intermedia con más mesas y sillones, y una planta de arriba con camas. Y nosotros… y toda la noche por delante.

Poco a poco me fui tranquilizando y en el piso de arriba vimos que había un “cuarto oscuro” donde se escuchaba una música suave y la gente estaba bailando y acariciándose. Al cabo de un tiempo (y de unas copas), entramos allí, animados sin duda por el ambiente del local, que consiguió que acabáramos igual que los demás, con los labios y las manos en el cuerpo del otro. Yo estaba cada vez más excitada y como a cada momento que pasaba me iba encontrando más y más a gusto, subimos al ático. Allí, en unas camas hicimos el amor, y ahora éramos sólo los dos, porque Vergüenza y Nervios debían estar por otra parte del local, sin duda haciendo lo mismo que nosotros. Ahora me gusta ir a Talismán, y me siento cómoda allí. Nadie te molesta si tú no quieres y el ambiente es muy sensual.

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